Hoy salté de la cama cuando desperté. No me quería dormir. Mi papá nos iba a llevar al circo, y todo el día me la pasé dando vueltas porque íbamos a ir al circo.
Ayer, mi hermanita y yo cenamos bien y nos fuimos a acostar bien temprano. Pero yo no me podía dormir y ella tampoco. Luego nos poníamos a platicar en voz bajita, hasta que venía mi mamá a callarnos y a decirnos que nos durmiéramos. Nomás cerraba la puerta y nos quedábamos calladitos, con los ojos bien pelones. Pero ni me di cuenta cuando me quedé dormido, hasta la mañana.
Por la tarde, mi mamá nos metió a bañar. Yo no quería, pero me dijo que si no me bañaba no iba ir al circo, pero ¿quién la entiende? Después me regañó porque no me quería salir del baño, ¡ay, mi madre!
Apenas me había terminado de cambiar, cuando llegó mi papá. Yo creía que en cuanto llegara nos íbamos a ir volados al circo, pero no. Se metió a bañar también. Así que todos nos fuimos bien bañaditos. No sé para qué, si de todos modos nos ensuciamos cuando salimos.
Llegamos al circo, y mis papás se fueron a comprar los boletos, mi hermana y yo nos fuimos a ver unos animales verdes que estaban en unas jaulas. No hacían nada, nomás estaban ahí echados. Ya les iba a picar con un palito para que saltaran y en eso llegó mi papá muy enojado para que nos metiéramos al circo.
Después de estar gritando y aplaudiendo para que empezara el circo, salió un señor con un traje negro con brillitos y un sombrerote grandote igual, con brillitos ¡Qué chistoso! Nomás salió este señor y la gente se calló. Yo quería seguir gritando, pero mi papá me calló con un ¡shhhit! El señor empezó a decirnos cosas del circo. Yo miraba para todos lados. La música estaba fea, pero los ¡pom-pom! que tenía sí me gustaban. En eso que salen unos payasos y que le tumban el sombrerote al señor. Todos nos soltamos riendo, ¡el circo había comenzado!
¡Cuántas luces y colores! Unas mujeres muy bonitas con trajes brillantes bailaban levantando las piernas hasta arriba. Los payasos corrían y no paraban de hacernos reír. También salieron unos señores que se colgaban de unos trapecios, y uno de los señores salía de uno y el otro señor lo agarraba. También pusieron unos leones muy grandotes... El domador les pegaba con el látigo cada vez que les mandaba hacer algo. El que me dio mucho miedo fue un señor que metieron en un cañón y lo dispararon: ¡Pummmmm! Salió volando y ¡qué bueno que cayó en una red! Que si no, se muere si se cae al suelo.
Todo el circo estuvo muy bonito. Pero las iguanas eran las mejores. Ahora sí me acuerdo cómo se llaman, porque mis papás me dijeron cómo se llamaban en todo el camino de regreso. Pero bueno, las iguanas salieron corriendo al centro del circo, muy rápidas y moviendo la cola. Ya cuando corrían en la pista, en una rueda, salió el dueño de ellas con una varita blanca en una mano y un tubito de hierro en la otra. Le pegó varias veces al tubito con la varita, y las iguanas dejaron de correr y se nos quedaron viendo.
Desde arriba, se veían como los palitos de un reloj, donde están los números. En el centro, los brazos del domador se verían como las manecillas. Otros golpecitos, y las iguanas saltaron hacia arriba, hicieron la cabeza para atrás y dieron un giro para caer de pie al público.
Nadie pudo dejar de aplaudir un buen rato. Otros golpes más al tubito, y las iguanas comenzaron a correr otra vez dando vueltas en la pista. Otros golpes y con la boca agarraron la cola de la iguana de adelante, y empezaron a correr bien recio, tan recio que parecía que estaban flotando y girando agarradas de la cola. Otros golpecitos en el tubo y dejaron de correr. Se detuvieron y se pararon en las patas de adelante, con la cola apuntando para arriba, bien derechita. Y así iban haciendo un montón de cosas. El domador le hablaba en clave, me dijo mi papá, dando golpecitos en el tubito con la varita, ¡qué inteligentes deben ser las iguanas! No son como los leones, que les tienen que estar pegando con el látigo para que hagan caso.
Siguieron otras cosas en el circo. Un mago que desapareció un helicóptero... Pero yo solamente quería pensar en las iguanas, su color, sus gracias...
Y todavía llegamos a la casa, cenamos, me cambié y me acosté. No podía pensar en otra cosa que en las iguanas. Pero ya lo pensé bien, mañana le digo a mi mamá que, cuando yo sea mayor, voy a ser un domador de iguanas.
Ayer, mi hermanita y yo cenamos bien y nos fuimos a acostar bien temprano. Pero yo no me podía dormir y ella tampoco. Luego nos poníamos a platicar en voz bajita, hasta que venía mi mamá a callarnos y a decirnos que nos durmiéramos. Nomás cerraba la puerta y nos quedábamos calladitos, con los ojos bien pelones. Pero ni me di cuenta cuando me quedé dormido, hasta la mañana.
Por la tarde, mi mamá nos metió a bañar. Yo no quería, pero me dijo que si no me bañaba no iba ir al circo, pero ¿quién la entiende? Después me regañó porque no me quería salir del baño, ¡ay, mi madre!
Apenas me había terminado de cambiar, cuando llegó mi papá. Yo creía que en cuanto llegara nos íbamos a ir volados al circo, pero no. Se metió a bañar también. Así que todos nos fuimos bien bañaditos. No sé para qué, si de todos modos nos ensuciamos cuando salimos.
Llegamos al circo, y mis papás se fueron a comprar los boletos, mi hermana y yo nos fuimos a ver unos animales verdes que estaban en unas jaulas. No hacían nada, nomás estaban ahí echados. Ya les iba a picar con un palito para que saltaran y en eso llegó mi papá muy enojado para que nos metiéramos al circo.
Después de estar gritando y aplaudiendo para que empezara el circo, salió un señor con un traje negro con brillitos y un sombrerote grandote igual, con brillitos ¡Qué chistoso! Nomás salió este señor y la gente se calló. Yo quería seguir gritando, pero mi papá me calló con un ¡shhhit! El señor empezó a decirnos cosas del circo. Yo miraba para todos lados. La música estaba fea, pero los ¡pom-pom! que tenía sí me gustaban. En eso que salen unos payasos y que le tumban el sombrerote al señor. Todos nos soltamos riendo, ¡el circo había comenzado!
¡Cuántas luces y colores! Unas mujeres muy bonitas con trajes brillantes bailaban levantando las piernas hasta arriba. Los payasos corrían y no paraban de hacernos reír. También salieron unos señores que se colgaban de unos trapecios, y uno de los señores salía de uno y el otro señor lo agarraba. También pusieron unos leones muy grandotes... El domador les pegaba con el látigo cada vez que les mandaba hacer algo. El que me dio mucho miedo fue un señor que metieron en un cañón y lo dispararon: ¡Pummmmm! Salió volando y ¡qué bueno que cayó en una red! Que si no, se muere si se cae al suelo.
Todo el circo estuvo muy bonito. Pero las iguanas eran las mejores. Ahora sí me acuerdo cómo se llaman, porque mis papás me dijeron cómo se llamaban en todo el camino de regreso. Pero bueno, las iguanas salieron corriendo al centro del circo, muy rápidas y moviendo la cola. Ya cuando corrían en la pista, en una rueda, salió el dueño de ellas con una varita blanca en una mano y un tubito de hierro en la otra. Le pegó varias veces al tubito con la varita, y las iguanas dejaron de correr y se nos quedaron viendo.
Desde arriba, se veían como los palitos de un reloj, donde están los números. En el centro, los brazos del domador se verían como las manecillas. Otros golpecitos, y las iguanas saltaron hacia arriba, hicieron la cabeza para atrás y dieron un giro para caer de pie al público.
Nadie pudo dejar de aplaudir un buen rato. Otros golpes más al tubito, y las iguanas comenzaron a correr otra vez dando vueltas en la pista. Otros golpes y con la boca agarraron la cola de la iguana de adelante, y empezaron a correr bien recio, tan recio que parecía que estaban flotando y girando agarradas de la cola. Otros golpecitos en el tubo y dejaron de correr. Se detuvieron y se pararon en las patas de adelante, con la cola apuntando para arriba, bien derechita. Y así iban haciendo un montón de cosas. El domador le hablaba en clave, me dijo mi papá, dando golpecitos en el tubito con la varita, ¡qué inteligentes deben ser las iguanas! No son como los leones, que les tienen que estar pegando con el látigo para que hagan caso.
Siguieron otras cosas en el circo. Un mago que desapareció un helicóptero... Pero yo solamente quería pensar en las iguanas, su color, sus gracias...
Y todavía llegamos a la casa, cenamos, me cambié y me acosté. No podía pensar en otra cosa que en las iguanas. Pero ya lo pensé bien, mañana le digo a mi mamá que, cuando yo sea mayor, voy a ser un domador de iguanas.
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