Había una vez, en una ciudad cualquiera de un país cualquiera un niño pobre, llamado Javier, que vivía con sus padres en una humilde casita de madera.

Eran tan pobres que había días en los que para cenar no tenían más que un trozo de pan duro y un vaso de leche, que su madre se encargaba de repartir para los tres. Tras tan escasas cenas, siempre se quedaban un rato charlando los tres, entre risas y siempre se despedían al acostarse con un fuerte abrazo.

Un día, mientras Javier caminaba por la calle, encontró un balón de fútbol precioso, y al ir a cogerlo escuchó una voz detrás de él que le dijo:

-Quítale las manos de encima, pobretón.

Era Luis, el niño más rico del pueblo, quien, quitándole la pelota de un violento tirón y, apartando a Javier de un empujón, se fue a dejarla con las otras treinta de su colección.

-Esta hace la número treinta y uno.- Dijo con voz orgullosa el niño rico. –Y que sepas que mañana tendré otra más por mi cumpleaños, aunque tú, con lo pobre que eres, seguro que no sabes lo que es un cumpleaños.

Javier agachó la cabeza y se fue a su casa. Claro que lo sabía, porque ese día era su cumpleaños.

Al llegar a casa, le estaban esperando sus padres con caras tristes y apagadas.

-¿Qué os pasa?-Preguntó Javier.

-Javier, hoy es tu cumpleaños, pero no tenemos dinero para comprarte nada. Lo único que podemos regalarte es este Jersey que te he cosido, y esta tableta de chocolate que a tu padre le han regalado en el trabajo.- Dijo su madre.

Javier sonrió y se abrazó a sus padres y se probó el Jersey, que le quedaba un poco grande, pero que, como dijo él, ya lo llenaría. Cogió la tableta de chocolate y la partió en tres trozos, repartiéndola, con lo que esa noche cenaron pan duro con chocolate.

Al irse a la cama, les abrazó y les dijo:

-Sois los mejores papás del mundo. Con teneros a mi lado, ya no necesito ningún regalo.- Y se fue a dormir muy feliz.

Al día siguiente, se volvió a encontrar con Luis en la calle, pero esta vez, estaba muy triste y bastante enfadado. A lo que Javier se le acercó y le preguntó qué le ocurría.

-Pues que mis papás se han olvidado de mi cumpleaños porque están todo el día trabajando. No me han regalado una pelota nueva y solamente tengo treinta y una pelotas, pero yo no quiero jugar con ninguna, yo quiero la de mi cumpleaños.

Javier se marcho de nuevo a su casa y continuó siendo feliz toda su vida, pues tenía todo lo necesario para vivir, mientras que Luis, con su carácter egoísta y ambicioso, siempre estaba triste y enfadado, por lo que llegó a caer enfermo y tuvo que guardar cama.

La moraleja de esta historia es que no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita.

1 niños/as me comentan:

Anónimo dijo...

Tocó mi corazón porque todo lo que dice ese cuento es cierto y es una gran reflexión para muchos que se creen q por tener todo son felices

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