Un borrador de colores




- No quiero ir… por favor no me obligues a ir… ¡mamá, escúchame!

- Pablito, haz el favor de no decir más tonterías y darte prisa que voy a llegar tarde a trabajar. Todos los días la misma historia…

- Pero escúchame un momento por favor, mamá que es horrible; si supieras lo que es no me obligarías a ir.

- No te obligo yo, te obliga el Estado, así que termina de vestirte y al coche. ¡Manolo! ¿Has llamado a la Señora Margarita? ¡Manolo! … ¿Manolo?... Tu padre siempre igual, como si no viviera en esta casa, a la suya; si es que un día vais a acabar conmigo.

Pablito era un niño de ocho años que a pesar de tener los mejores y más novedosos juegos habidos y por haber, tres videoconsolas, la colección entera de Disney, dos tortugas terrestres, tres hámsteres y un jilguero, se sentía tremendamente vacío y sólo.

Era un niño más bien bajito para su edad, algo regordete y llevaba gafas, toda una tentación de burla para sus compañeros de clase; cada día tenía que soportar las bromas sin gracia a las que le sometían, sin más aliados que los libros y su dulce maestra éste asistía al colegio sin ánimo alguno. Casi con la misma gana regresaba a casa donde le esperaba su madre, Esperanza, una mujer muy trabajadora y con poco tiempo para él, más bien con poco tiempo para nada, se pasaba el día trabajando y hablando sola, pues el marido aún estando en casa, se quedaba cautivado por la prensa a la hora de la comida y fuera de esta por la televisión, así que no hacía ningún caso a las quejas de

Esperanza, por lo que Pablito no tenía más tarea que dirigirse a su cuarto y hojear alguno de sus maravillosos libros de aventura y fantasía donde encontraba todo lo que deseaba para él, personajes esbeltos y valientes que después de vencer a sus enemigos enamoraban a una hermosa mujer consiguiendo así una vida llena de felicidad y logros, algo que envidiaba; se veía incapaz de llegar a ninguno de sus propósitos, soñaba con hacerse respetar en el colegio, tener amigos, ir al cine con sus padres o simplemente hablar con ellos de vez en cuando, enamorar a la Srta. Daniela, que así se llamaba su buena maestra, o no pasar las horas rodeado de animales como única compañía.

Una tarde al tocar la sirena que anunciaba la vuelta a casa, le golpeó fuertemente en la nuca un borrador que no se sabía muy bien de dónde provenía ni de quien, ya que sólo se encontraba con él la profesora esperando a que este terminara de recoger sus cosas, las cuales habían sido distribuidas por sus compañeros por toda la clase; ¿qué curioso verdad?¿quién habrá lanzado el borrador?, en fin, Pablito lo cogió y al salir lo dejó junto al encerado, de camino a casa volvió a ser golpeado por el mismo borrador, pero ¿cómo era posible si la señorita había cerrado la clase con llave?, no se paró mucho tiempo a pensarlo, estaría sufriendo los efectos de los golpes en la cabeza y seguramente sería algún gracioso que quiere seguir poniendo a prueba su paciencia, Pablito agarró el borrador de nuevo y lo guardó en su mochila para devolverlo a clase en cuanto tuviera ocasión. Una vez en casa se hizo con la merienda y subió a su habitación a por uno de sus libros, para su sorpresa el borrador se encontraba en el suelo, fuera de la mochila, ¡parecía tener vida!, algo que asustó a Pablito, aunque decidió ignorarlo.

Oscureció y llegó la hora de cenar.

-¡Pablo! ¡Manolo! ¡A la mesa!

-¿Qué hay de cena, mamá?

-Hamburguesa.

Al abrir la hamburguesa lo mismo de siempre.

Qué mujer, sabe que detesto el pepinillo y nunca lo retira,¿acaso no se dará cuenta? si es que no me escucha, ojalá algún día mi madre me tomara en serio y empezara por no ponerme más pepinillo en la hamburguesa…

De repente, algo cambió.

-Cariño, ¡qué despiste! Te he puesto pepinillo en la hamburguesa, ya te lo retiro.

Pablo quedó boquiabierto, pero más aún cuando su madre le preguntó por su día en el colegio, no daba crédito, ¿acaso su madre pudo escucharle?, pero no iba a pensar en eso ahora, se dispuso a hablar con ella felizmente y le explicó cómo se sentía, qué le preocupaba… todo lo que nunca llegó a decirle, y su madre ¡le escuchaba!, mejor aún ¡le aconsejaba! Se sintió tan feliz, pero… su padre estaba absorbido por la televisión, aislado, con lo divertido que sería que papá participara también y dejará de prestar más atención a la tele que a su propia familia…

Como por arte de magia Manolo apagó el televisor y acomodó su silla involucrándose así en la conversación, no se lo podía creer, ¿qué estaba pasando? Estaban compartiendo el tiempo juntos, sus padres reían, hablaban, se escuchaban y le escuchaban a él, quiso poder detener ese momento; pero se hizo la hora de dormir y tuvo que ir a la cama, su madre le besó y le prometió entradas de cine para el próximo martes y su padre le contó una historia de cuando él era niño antes de dormir, al apagar la luz y girarse en la cama algo le molestó en la espalda, ¡Dios Santo! ¡otra vez el borrador! Pero, qué curioso, estaba pintado de dos colores … ¿quién lo habría hecho?, bueno, no era hora de pensar en eso, tenía demasiado sueño, así que cerró los ojos y comenzó a soñar.

Al día siguiente Pablito fue despertado dulcemente por su madre, en el desayuno no paraban de hablar, y su padre no salió corriendo como cada mañana, ¡no había sido una ilusión! ¡sus padres habían cambiado!. De camino al colegio su madre le aconsejó que fuera fuerte y no le diera importancia a las burlas de sus compañeros, que existen situaciones en la vida en las que debemos ponernos una coraza invisible para no ser dañados aunque no nos apetezca, que todo aquello pasará y las cosas algún día cambiarán; Pablito feliz entró en clase y como siempre fue el hazmerreír, le quitaron las gafas y le pusieron pegamento en la silla, harto de pelear se puso a llorar y el borrador saltó a la mesa.

-¿qué? ¿cómo has hecho eso? ¡eres mágico!

El borrador saltaba nervioso.

-Me alegra que quieras ser mi amigo, eso significas que tú me respetas y aceptas como soy, pero a veces necesito que los de mi especie también lo hagan.

Al borrador se le añadió otro color del arco iris y Rosita le entregó sus gafas, junto con Sergio, el mejor goleador de la clase, que le ofreció su silla.

-¡Ya lo entiendo!¡eres tú! ¡tú estás haciendo que las cosas cambien! Sabía que no era normal, no eres un borrador común, tú borras otras cosas, las que de verdad importan… Gracias…

Y así el borrador acabó con la enemistad, la falta de comunicación y con todo lo que a Pablito le iba ocasionando problemas. Deseó ser más delgado y el borrador hizo desaparecer la falta de voluntad en él, así como la inseguridad; a su vez este ibacompletando los colores del arco iris, por lo que Pablo dedujo que no le quedaban muchos deseos por complacer, pero cada vez conformaba con menos y quería más. Al llegar el fin de semana sus padres decidieron sorprender al pequeño, y organizaron una salida hacia un parque natural precioso donde acamparían junto más familiares, entre los que se encontraba su primo Raúl, un niño algo menor que él que poseía siempre lo último en tecnología, no porque lo pidiese o por necesidad, sino porque sus padres, al igual que los de Pablito, sin darse cuenta caían en el error de tapar con regalos el vacío que con su presencia no podía llenar, una vez más, durante la estancia en el parque le regalaron un móvil última generación, de colores llamativos, con los juegos más modernos y novedosos tonos, el niño se dispuso a utilizarlo ilusionado y Pablito se lo pidió probar primero, cosa a la que Raúl se negó y le pidió tiempo, Pablo enfadado agarró el borrador y deseó acabar con el egoísmo, pensando que era una actitud ajena propia de su primo, para su sorpresa el borrador desapareció, por más que lo buscó y

reclamó ya no volvió a aparecer; por suerte tenía un corazón noble y comprensivo, así que se dio cuenta en seguida de que la avaricia le estaba cegando y haciendo egoísta, ya que poseía todo lo que de verdad importaba, el calor de un hogar o de una amistad, ¿cuántos abrazos puede proporcionarle un móvil?, así que agradeció lo que le había proporcionado el borrador y miró al cielo donde por sorpresa se encontró con el más bello arco iris que jamás había imaginado.




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