El viejo Zacarías

Antes de que se pusieran de moda los viajes al extranjero, los apartamentos playeros en multipropiedad y las escapadas de fin de semana, las vacaciones se pasaban en el pueblo.

Una vez, en Semana Santa, mientras los niños jugábamos al fútbol en las eras, vimos a un viejo sentado junto a una zarza. Era Zacarías, el panadero, del que siempre habíamos oído decir que estaba un poco mal de la cabeza. Ahora me da un poco de vergüenza decirlo, pero a veces nos reíamos a su costa y le gastábamos bromas de todas clases.

Seguimos jugando al fútbol, y cuando nos cansamos, allí seguía Zacarías junto a la zarza, acariciándola y hablando con ella. En aquella época no podía haber moras todavía, así que nos acercamos a ver lo que estaba haciendo, y entonces fue cuando de veras me convencí de que tenía que estar loco, porque aunque era él quien se pinchaba las manos, no hacía más que cubrir la zarza de vendas y tiritas.

Le preguntamos qué hacía, y nos dijo que estaba curando las heridas de las zarzas para que se volvieran buenas. Recuerdo que dijo algo también de que el dolor no enseña compasión, sino que enseña a morder, y muchas cosas más que no se me quedaron en la memoria. Sólo me acuerdo de que nos marchamos de allí riéndonos, haciéndole burla y diciendo que estaba como una cabra.

Y eso fue todo hasta que un par de años más tarde vimos las zarzas cubiertas de rosas y mi abuela me dijo que seguramente alguien se había entretenido injertando de rosales las zarzas.

Lo mismo, más o menos, les dijeron a los otros, y cuando volvimos a ver al viejo ya nadie se atrevió a reírse.


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