«Si eres capaz de encontrar tu lugar en el mundo,

Te abanicarás con la esperanza de la felicidad».


1.- LA MORADA DE CASILDA

Estoy tan atrapada en la madre tierra que me cuesta respirar más allá de mis narices chatas y húmedas. Mis ojos negros azabache se confunden con el estrellato de miles de meteoritos fantasmagóricos. Mis uñas afiladas recortan el cristal de mi hogar a la espera de encontrar una salida. Mi cola delgada y redondeada cual abanico, me abanica el sudor que desciende de mis orejas altivas.

Soy una felina: desgraciada, bohemia, y cauta de recuerdos de antaño que mantienen a mi mente presa y escondida en una casa que se cae a pedazos, que huele a ratas y que está infectada de utensilios estrambóticos. Estoy enfermando de algo que los humanos llaman «SOLEDAD». Mi dueña tiene el síndrome de Diógenes y se mantiene erguida ante la espesura selvática de la casa, no quedan recovecos sin tapar y por eso casi nunca veo a la desgreñada de mi dueña. Pero me la imagino: canosa, flaca, con los ojos hundidos esperando a la muerte y con una vestimenta agujereada por las chinches y por las ratas que hacen sus nidos entre las estanterías repletas de libros; puedo vislumbrar tímidamente la curvatura de su médula espinal erguida al compás de la desnutrición y del peso de la locura que le mantiene en vida. Los vecinos no hacen nada por ayudarnos a ambas a salir de este infierno, y yo, por culpa de esta cárcel, me estoy quedando esquelética, sin grasas corporales con las que mantenerme y sin divertimento con el que arañar la felicidad. Cuando me miro en el reflejo de la ventana sueño que soy una hiena de la sabana que se alimenta de carne fresca y que bebe de los ríos claros que se mecen ante un Sol brillante. Esos momentos ante la ventana son los únicos que hacen que mi mente se desvíe a una realidad más plácida y confortante. Entonces ronroneo de placer. Las noches las paso en vela a la espera de poder saborear algún ratoncillo huidizo, o algún libro que se despereza de la estantería y se abre a la luz de mis retinas soñadoras. Se puede decir que aprendí a leer gracias a los libros infantiles de aprendizaje que se ciernen en las estanterías tumbadas a la luz de las bombillas de la habitación en la que estoy presa.

Primero fueron las vocales: A, E, I, O, U y luego las consonantes: B, C, D, F, G, H, J, K, L…también aprendí el nombre de: objetos, animales, planetas, profesiones, y de algunos cuadros de artistas que los humanos llaman «CONTEMPORÁNEOS». Me encanta el arte desde el momento en que mis retinas se cubrieron de colores fríos y cálidos, de formas, de figuras, de sensaciones y de felicidad abstracta. Pero el gran artista pelirrojo que maá me inspira tras esas enciclopedias pesadas de arte es Vincent Van Gohg; sus pinceladas, sus formas en espiral y su magnetismo es mi punto de inspiración. Con él descubrí las estrellas, los autorretratos humanos, la cebada, los girasoles, la noche, el día…Era un genio de las pinceladas y no me cabe ninguna duda al respecto. Pero también me entusiasman otros pintores como: Velázquez, El Bosco y Leonardo Da Vinci. Si algún día mis patas se toparan en la Capilla Sixtina, me embriagaría de amor y entusiasmo. Es imposible. Nunca se acontecerá ese momento.



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