3.- EL BOSQUE DE SEQUOIAS SALVAJE

Cuando el portal me expulsó a la realidad terrenal, sentí que mis músculos se estiraban, que mi olfato se embriagaba del aroma de pinos silvestres, de hierba aromática, y de flores variopintas, y a mis ojos les costó mucho adaptarse al frondoso bosque que se atisbaba a mi alrededor. Pero por fin era lo que los humanos llaman «LIBRE» de «LIBERTAD». Las hojas secas dibujaban bajo mis patas senderos rojizos y verduscos. Entonces dibujé mi primer cuadro. Mi primer sentimiento. Mi primera nostalgia desde que me encontraba en aquel bosque de secuoyas lánguidas y serpenteantes. Organice las hojas, las castañas, la hierba, y la arenilla y realicé un dibujo sobre la Gioconda de «Leonardo Da Vinci». La dibujé exacta a mis recuerdos de la enciclopedia, con su sonrisa sarcástica que denotaba una gran personalidad y con sus ojos mirando a todo y a nada. Ante la belleza de aquella imagen que había realizado silabeo el viento y las secuoyas cercanas hicieron círculo alrededor de mí para que el viento no destruyese mi obra maestra.
-Muchas gracias- les dije mientras recomponía algunas partes.
- De nada Casilda- Dijeron las secuoyas mientras se balanceaban de aquí para allá, a los compases del viento.
-¿Cómo sabéis mi nombre?- Dije estupefacta.
-El viento nos trae noticias del mundo terrenal- dijeron acompasadas.
-Qué sabia es la naturaleza- dije mientras me miraba de refilón en un charca donde croaban las ranas.

0 niños/as me comentan:

ir arriba