Marcos y la silla de las ideas



Marcos observaba afligido, desde su pequeña silla de ruedas, cómo sus amigos de clase corrían tras el balón. Todos jugaban, a la vista de él, maravillosamente. Su mirada se centró en Carlos, y en su ágil movimiento de piernas. Carlos era el más rápido de la clase, y jugaba tan bien al fútbol que el profesor de gimnasia ya lo había fichado para el equipo de fútbol del pueblo, a pesar de que éste aún no tenía edad suficiente para jugar.
“Si realmente valorara que tiene dos piernas sanas y fuertes...”, se dijo, mientras movía la cabeza de lado a lado, impotente y enojado al ver aquellas piernas tan ágiles.

Antes de terminar de pensar esto, Carlos le pegó una patada a Marta. Marta era la mejor amiga de Marcos. Bueno, en realidad, Marta era la única amiga que Marcos tenía en aquel colegio. Desde el primer día, todos los compañeros le habían “cogido manía” porque se había llevado los mimos y las atenciones de todos los profesores. Sólo Marta entendió que Marcos necesitaba una ayuda especial, pues le costaba moverse por el colegio, y había que echarle una mano para subir o bajar escaleras, para entrar en clase, …

Desde que Marta empezó a jugar con Marcos, Carlos le pegaba y le hacía rabiar siempre que podía, pues no soportaba la idea de que otro niño se llevara más atenciones que él. Por eso, Marcos no se explicaba por qué este tenía esas piernas tan ágiles y fuertes y él no podía usar las suyas ni para dar un sólo paso.
Mientras pensaba en ello, pasaba las hojas de un viejo libro que había encontrado en la biblioteca del colegio. Y justo entonces, en una de las hojas del viejo libro, quebrada y corrompida por el tiempo, leyó aquel maravilloso artículo:
“Rabos de lagartija
Para confundir a sus depredadores, las lagartijas se valen del color y el movimiento de su cola. Casi todas las lagartijas tienen un color de cuerpo muy poco llamativo; pero por lo general combina tan bien con su medio, que están perfectamente "camuflageadas".
Otras, sin embargo, tienen colas de colores brillantes; de manera que cuando la lagartija es descubierta por un depredador, éste centrará su atención no en el cuerpo sino en la cola de su presa. Entonces la lagartija puede desprenderla y escapar...”
Marcos sonrió. Y siguió leyendo aquel artículo. Cómo le gustaría hacer como aquellas lagartijas... Sería tan fácil despojarse de sus inservibles piernas y construir unas nuevas que le permitieran correr tan rápido y jugar al fútbol tan bien como Carlos...

Sabía que jamás podría hacerse realidad, pero le gustaba soñar. Y soñó tanto que no se desprendió de sus piernas, pero sí lo hizo de su bajo autoconcepto, de su gran pesimismo, de su odio y envidia a la vida por no darle aquello que otros tenían aún sin merecerlo.
Comprendió que no sólo por no poder usar sus piernas, iba a dejar de ser un niño como ellos, y que tenía otras muchas cualidades que aún desconocía. Así, empezó a conocerse a sí mismo, y no sentir lástima ni pena por su situación. Supo entonces que podía llegar a conseguir todo aquello que se propusiera, y que su inmovilidad no iba a suponer un impedimento para él si él no lo permitía.

Cuentan que aquel año todos los niños finalizaron el curso admirando a Marcos. Todos querían algo que no tenían: su silla de ruedas. Así que Marcos les daba muchos paseos a sus compañeros de clase, que se sentaban de uno en uno encima de sus rodillas, y volaban sobre aquellas ruedas gigantes de su silla.

Además, Marcos tenía muy buenas ideas, y siempre proponía nuevos juegos para que jugaran todos juntos. Carlos, por su parte, aprendió que, al fin y al cabo, todos somos iguales, y que no tenía que pegar ni insultar a los demás sólo porque fueran, en un principio, diferentes a él.


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