Nido de Urraca



-¡Migueeeeeeeeeeeeel!

Quien así gritaba era la tía Belén, que gastaba un vozarrón impresionante para su menuda figura y un genio que pocos podían hacer frente.


El niño, de diez años, hizo su aparición en la puerta de la cocina, dispuesto a someterse a la nueva regañina de su tía.


-¿Cuántas veces tengo que decirte que no toques nada de lo que tengo en la cocina? ¡Cuando quiero una cosa no la encuentro! A ver... ¿dónde has puesto el termómetro?


-No lo he cogido, tía Belén –dijo Miguel con un hilillo de voz.


-Pues si no has sido tú... ¡a ver de quién es la culpa! ¿O me vas a decir que lo cogió un pájaro y salió volando con él por la ventana?


Miguel enrojeció ante la mención del pájaro, y volvió a sacudir la cabeza.

-De verdad que no he sido yo...


Se oyó la voz del tío Fabián, que trabajaba en el huerto, cerca de la ventana abierta de la cocina:

-Deja al chico, Belén. Si dice que no lo cogió, tendrás que creerle. Miguel no es un niño mentiroso. Anda, Miguel, ven aquí a ayudarme a apartar estas piedras.


Con una última mirada insegura a su tía, el niño corrió obediente y agradecido hacia el huerto. Lo cierto es que quería mucho a ambos, al tío Fabián y a la tía Belén, que le habían criado desde que se quedó huérfano, cinco años atrás. Y le dolía no poder sincerarse del todo con ellos, pero ¿qué pensarían de sus sueños? A lo peor creían que estaba loco y lo mandaban a un reformatorio de ésos.


Porque Miguel sabía qué había sucedido con el termómetro: era cierto que se lo había llevado un pájaro. Él lo había soñado. Aún más, lo había vivido. Es como si estuviese dentro del ave ladrona. Había compartido todas las emociones de ésta: la atracción por el brillo que el sol arrancaba al cristal del termómetro, el breve revoloteo hasta la mesa de la cocina donde reposaba el objeto, los breves saltitos acercándose a él, la sensación de aferrarlo con el pico, y luego la huida por la ventana abierta, con el panorama despejado de humanos, sólo dos cuervos negros posados en la valla del huerto que le graznaron, saludándole. También había experimentado la llegada al nido, en uno de los árboles del bosquecillo vecino a la finca de sus tíos. Había contemplado el interior del nido y dejado caer allí el termómetro, al lado de otros objetos que él reconocía perfectamente y que también habían ido desapareciendo de la casa.


Miguel sólo tenía un modo de comprobar si su sueño-visión se correspondía con la realidad. Después de ayudar a su tío Fabián, se escabulló un momento y tomó el camino que con tanta nitidez había sobrevolado con la mente. No tardó en localizar el árbol y el nido, y con la destreza de sus diez años se encaramó a las ramas. No supo si alegrarse cuando contempló el nido tal y como lo recordaba de su sueño. Resignado, rescató los objetos que allí estaban y volvió a casa. No vio a sus tíos al atravesar el huerto, pero sí a dos cuervos negros que reconoció y saludó con la mano.


Dejó encima de la mesa de la cocina el botín rescatado y dispuso su ánimo para contar la extraña historia a sus tíos. Ensayó una breve frase introductoria: “Tía Belén, Tío Fabián, ya sé que esto puede pareceros increíble pero os aseguro que lo que voy a contaros es verdad...”


Respiró hondo y les llamó, resignado a lo que vendría después.

- ¡Tía Belén! ¡Tío Fabián!


En el huerto, los dos cuervos negros adoptaron nuevamente su figura humana.

-Te dije que había sido él –le dijo la tía Belén a su marido-. Él era la urraca que vimos salir por la ventana.


-Ya, mujer, pero me parece que Miguel aún no se ha dado cuenta de su condición. Lo que hizo, lo hizo sin querer.


-¡Una urraca! –bufó ella-. Siempre dije que mi hermana era tonta, pero nunca imaginé que tan tonta. Mira que equivocarse de hombre-pájaro y casarse con una urraca...


-Bueno, bueno –dijo el tío Fabián esbozando una sonrisa pícara-, al menos no fue un flamenco, imagina los comentarios del pueblo si vieran semejante pájaro rondando por aquí.

-Y ahora, ¿cómo se lo decimos? –se preocupó entonces la tía Belén.


- Lo mejor es ir preparándole poco a poco, para que no se asuste –dijo su marido-. Quizá le podríamos decir algo así: “Miguel, ya sabemos que esto puede parecerte increíble pero te aseguramos que lo que vamos a contarte es verdad...”


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