Un cuento para leer en invierno



[Imagen de Xavier Fargas]

Hace muchos siglos, cuando Laponia era un reino, hubo un monarca que se desposó con una princesa del sur. La futura soberana, venida de tierras cálidas, se mostraba muy feliz con su nuevo país. Se debía, sobre todo, al hecho de que en aquella región el invierno era más largo que en su tierra natal. Ella siempre había asociado la llegada de la Navidad, para ella una fiesta entrañable y alegre, con el frío y la nieve. Por eso, formuló su deseo infantil de que aquella estación no finalizase nunca, quizá queriendo prolongar por siempre la alegría en su vida. El Espíritu del Invierno, feliz con aquella soberana que tanto le alababa, decidió hacer entonces a la real pareja un peculiar regalo de bodas, y les cedió a los hivernios.

Los hivernios eran tres jóvenes magos, colaboradores del Espíritu del Invierno. Sus poderes y nombres se correspondían con su misión. Se llamaban Lluvia de Nieve, Soplo de Frío y Esquirla de Hielo, y manejaban esos tres elementos a voluntad. Respaldados por la autoridad de los reyes, los hivernios no tardaron en conseguir que el invierno se instalase en Laponia de modo perpetuo.

Al principio los súbditos lapones no lamentaron aquel cambio. Las fiestas y celebraciones navideñas se prolongaron hasta marzo, y hubo nevadas, ventiscas y heladas suficientes como para patinar en los lagos en pleno agosto. Pero cuando comenzó un segundo año de parecido cariz, aquella situación comenzó a serles intolerable. No se podían plantar cosechas, los árboles no daban fruto, y había que talar tantos troncos para mantener encendidas las chimeneas, que los bosques comenzaron a peligrar.

Los reyes lapones, protegidos en su palacio, no se daban cuenta de aquellos inconvenientes, y seguían alentando la magia de los hivernios. En el exterior el descontento crecía, y no tardaron en comenzar a murmurar contra sus soberanos. Fue la joven Naska la que sugirió una solución. Había que secuestrar a aquellas criaturas, propuso ella en una de las reuniones secretas que convocaron, y les contó su plan, para el que se ofreció voluntaria.

La idea de Naska era recrear una delegación de un reino inventado. Lo ubicaron en un lugar que sí existía: la Isla de Aine, que se encontraba a tres días de navegación de sus fronteras. La delegación real solicitaría a los monarcas lapones la ayuda de los hivernios para construir allí un Palacio de Hielo. Una vez que tuvieran en su poder a aquellos magos les conducirían hasta la isla y les abandonarían allí. Porque si algo no podían hacer los hivernios era congelar el mar y regresar de nuevo.

Con paciencia, fueron haciendo todos los preparativos para la farsa. Fabricaron trineos de la mejor madera que encontraron y reunieron los ejemplares de perro-lobo más hermosos para tirar de ellos. Tejieron y bordaron uniformes y vestidos con hilo de plata, y una capa de armiño digna de una reina. Construyeron también la embarcación que les llevaría a la isla de Aine. Cuando concluyeron todo, Naska adoptó el papel de princesa extranjera, envuelta en su capa de armiño, y sus compañeros simularon ser sus acompañantes, damas y soldados que escoltaban a la princesa.

Así disfrazados, la fingida delegación llegó una mañana hasta las puertas del palacio de los reyes de Laponia. Naska fue presentada como la princesa de la Isla de Aine, y los monarcas la recibieron en audiencia, avergonzados de no conocer aquel lugar del que procedía tan lujosa delegación. Después de acoger durante varios días a la princesa, ésta hizo su petición a la pareja real. Y los soberanos se mostraron encantados de poder estrechar lazos de aquel modo, cediéndoles durante un tiempo a aquellos magos.

Todo salió según lo planeado y sólo cuando ya se encontraban los hivernios a medio camino de su destino, comenzaron a sospechar que no era plata todo lo que relucía. Temerosos de que con su magia les enviasen a una tumba helada en el fondo del mar, Naska y sus compañeros les confesaron la verdad a los magos. La reacción de los hivernios, después de un lógico enfado inicial, fue más amigable de lo que esperaban. Ellos estaban hartos, en realidad, de dedicarse a provocar ventiscas y nevadas para los reyes de Laponia, y les parecía una buena oportunidad el poder comenzar una nueva vida en aquella isla, donde podrían usar sus poderes de forma artística.

Así que los hivernios se establecieron en la isla de Aine y cubrieron pronto de hielo y nieve aquel lugar. Pero también llevaron a cabo muchas otras maravillas que aún hoy se visitan, como el Palacio de Hielo. Naska y otros más se exiliaron allí, eludiendo el enfado de los reyes lapones. Esquirla de Hielo se casó con Naska y fueron los primeros reyes de la Tierra del Hielo, que es como se ha conocido desde entonces a la isla de Aine: Iceland, o Islandia en nuestra adaptación lingüística.

Y Laponia volvió a tener sus largos inviernos, aunque nunca más eternos. Lo cual ha permitido que los lapones disfruten con más intensidad, como todo acontecimiento que sólo sucede anualmente y durante unos días, de la llegada de las Navidades.

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